viernes, 13 de marzo de 2015

No hay misericordia sin arrepentimiento

Martha, divorciada vuelta a casar convertida

Presentamos el esclarecedor testimonia de la señora Martha Gouveia, divorciada y vuelta a casar. Ella, como tantos otros, consideró que la Misericordia de Dios le daba una segunda oportunidad al conocer al hombre con el que rehízo su vida de nuevo, tras el fracaso de su primer matrimonio. Pero Martha, de profundas convicciones católicas, aun feliz en su segundo matrimonio, sentía en su interior la tristeza de no poder recibir el Cuerpo de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía. Fue su deseo de hacer la voluntad de Dios lo que motivo su apertura a la Gracia Divina que la hizo ver que estaba en situación de pecado de adulterio, y que tanto ella como su marido estaban camino de la condenación. Comprendió el gran error de considerar la Misericordia de Dios como la aceptación de su situación de pecado, pues la Justicia Divina no puede aceptar el pecado. El Amor de Dios es Justo. Martha tomó la firme determinación de la salvación de su alma y la de su marido, y para ello optaron por la convivencia en perfecta castidad. Viviendo bajo el mismo techo, no comparten habitación, manteniendo entre ellos una verdadera relación fraternal. Recordamos este llamamiento de Martha: Hermanos divorciados vueltos a casar, la Palabra de Dios y sus enseñanzas no son negociables. No podemos obtener Misericordia si antes no la pedimos por medio del arrepentimiento, y con propósito de enmienda del pecado, que nos separa del amor de Dios, y que pone a nuestra alma en grave peligro de muerte eterna. Adelantelafe TIRANDO LAS REDES EN MI VIDA JUNTO A JESÚS PRESENTACIÓN HE AQUÍ QUE VENGO A HACE TU VOLUNTAD. Así por obediencia de un solo Dios, nos redime y salva. Estas palabras resuenan cada día en lo más profundo de mi corazón. Cuánto hay que aprender del Señor. Él, siendo el Verbo Encarnado, obedeció hasta las últimas consecuencias. Obedeció a su Padre Dios, se sometió a su madre y a su padre durante treinta años. Comienza su vida pública, y continúa siendo fiel y obediente a la voluntad del Padre. Siendo esta obediencia la que debería guiar nuestra vidas. Aceptó la cruz desde el mismo momento de la Encarnación, su nacimiento. Nació como el más humilde. Experimentó la persecución, fue perseguido, y así continuó en obediencia hasta el momento de su Pasión y muerte. De igual manera, creo firmemente, que nosotros sus hijos adoptivos de Dios, mediante las gracias del santo Bautismo y ratificada por la muerte en la Cruz de Jesús, tenemos que ser fieles y obedientes a los mandatos de Dios Padre. Fieles a nuestra fe, a nuestra Santa Madre Iglesia, fieles al santo Evangelio de Nuestro Señor; y ese darle Gloria a Dios, donde Él, así mismo se sometió a su Santísima Madre. Muchos dicen que la conversión, cuando llega a un alma, llega como un viento impetuoso, como un fuego que calienta el alma y que penetra cada rincón de nuestro ser, siendo por sí una gracia, un inmenso regalo de Nuestro Padre, que es inmensamente misericordioso. Abatida por una niñez bastante accidentada y carente de muchísimas cosas básicas y elementales en la vida de cada ser humano, con una juventud mucho más accidentada, aún llena de muchísimos conflictos, desamor y mala fe de las personas que me rodeaban en esos primeros años de mi vida, como por una fuerza ajena a la mía y por una presencia que desconocía a profundidad, recuerdo haber tenido una sola conversación con un Dios que creía conocer y al que imploré ayuda y guía. Él no sólo escuchó mi oración sin que a su manera le dio respuesta como sólo Él puede responder: ESCRIBIENDO EN RENGLONES TORCIDOS. MI VIDA EN MI PAIS Nací en Honduras. Siendo hija única por adopción de mis padres, crecí en el calor de una familia sumamente de tradiciones católicas, donde el rezo del Rosario era el mejor de los complementos al final del día. Fui creciendo en medio de muchas cosas que contradecían los deseos de mi corazón. Crecía viendo injusticias, dolor, abusos de toda índoles, emocionales y físicos; sin embargo, esa presencia que siempre estuvo me llenaba de fuerzas y esperanza. Llegué a pensar que sólo soñaba. Me llenaba el escribir mucho sobre el día a día de mi vida, dejando plasmado en mis escritos mis deseos, mis ilusiones, mis tristezas y mis alegrías. Era como un desahogo a lo que ni alma tanto anhelaba, paz, amor, respeto. De la niñez llego a la juventud, la cual fue sumamente accidentada y llena de tantos tropiezos y sinsabores. Sin embargo, al final d la tarde dedicaba esa oración interior, colocándome ante Dios comprendía que estaba ante UN TU DIVINO YO HUMANO, ser persona creada a imagen de Dios. MI PRIMER MATRIMONIO. Llegaron los sueños de formar una familia, mía sola mía. Estaba tan llena de sueños, soñaba en los hijos que Dios me enviara, soñaba la mujer, madre y esposa perfecta. Los sueños de ser sólo sueños se convirtieron en una realidad símbolo de esperanza y del amor de Dios por mí. Sería demasiado largo poder escribir cada detalle de mi vida, pero fue el comienzo de lo que sería después. Llegó ese día tan soñado, me casé con la persona que en aquel momento conquistó mi corazón. Era… inmensamente feliz, era la persona perfecta. Le daba gracias a Dios por haber escuchado mi oración, aquella oración que un día en un tono el Señor contestó. Salí de mi país, me despedí de mis padres, a los que amaba entrañablemente, y de mi hermanita menor, también adoptada, para comenzar una nueva vida que estaba llena de sueños, promesas, y quizá de muchas conquistas. Nació mi primer hijo, y comenzaron, a raíz de su nacimiento, los problemas en nuestro matrimonio. Fueron quince años, siendo los primeros de mucha alegría y de acontecimientos inolvidables. Le daba gracias a Dios, siempre por el regalo que me había dado, MI FAMILIA. Una familia que estaba dispuesta a amar, cuidar y guiar siempre. Llena de sueños de ser la esposa amable, afable, fiel y abnegada que pudiera ser. Sin embargo, ese sueño se fue desvaneciendo a medida que avanzaban los años. La persona que un día prometió amarme, respetarme, serme fiel y estar junto a mí y, de igual manera, yo con él, ya no existía. Dejó de ser mi más hermoso sueño para convertirse en un sueño triste y lleno de muchísimas cosas, que en aquel momento era incapaz de comprender. Mi matrimonio estaba lleno de resentimientos, de heridas profundas. El abuso físico y emocional fueron mis compañeros por muchos años. Aún recuerdo cómo mi hijo mayo me preguntaba, mamá esto o por qué aquello. Era una situación muy difícil, la soledad, la tristeza, la desesperanza, comenzó a inundad mi corazón. Sin embargo, aquella presencia siempre podía sentirla. Me acercaba siempre a la iglesia, nunca la abandoné, ni en mis peores momentos. Me refugié en mi Santísima Madre, y en aquel Rosario que aprendí desde niña, el que mi madre me enseñó. NUEVO MATRIMONIO. TRISTEZA POR NO RECIBIR AL SEÑOR. Muchas cosas pasaron en mi vida, cosas duras de explicar. Y llegó el momento de YO NO PUEDO MÁS. Había decidido ese día separarme de mi esposo y pedirle el divorcio. Y así lo hice. Humanamente estaba devastada, no únicamente por el fracaso de mi matrimonio, sino por el sufrimiento de mis hijos, que eran pequeños entonces. Fue una etapa bastante dura, de muchos cambios, la mayoría tristes y desalentadores. Pensé entonces que por qué no rehacer mi vida. Pensé que me lo merecía. Conocí a la persona que ahora comparte mi vida y la vida de mis hijos. Decía entonces: gracias Señor porque lo has puesto en mi camino. Cuánto me amas Señor. Sin embargo, no podía entender que Dios no puede actuar en todo aquello que significa pecado. Me casé de nuevo. Siendo los primeros años de una alegría indescriptible. Ambos tenemos una hija en común, que es un regalo, el mejor regalo de amor de Dios, a pesar de mi miseria. Pasaron los años y nuestras vidas continuaron en la misma perspectiva. Todo estaba bien, sin embargo cada vez que asistía a la Santa Eucaristía mi corazón se llenaba de pena, de mucha tristeza, no podía recibirle a Él, al SEÑOR. Mantenía siempre mi mirada baja, y muchas veces observaba cómo las demás persona recibían la Sagrada Comunión con tanta alegría. Hablaba con Dios y le decía: SEÑOR TU SABES QUE TE AMO, SE QUE TU SABES SEÑOR LO QUE HA SIDO MI VIDA, SE QUE TU ME PERDONAS Y QUE COMPRENDES MI SITUACIÓN. Esas eran mis palabras para el Señor. De nuevo me contestará a su manera, como sólo Él sabe hacer. LE AMAS, a lo que contesté. Sí, Señor, TU SABES QUE LE AMO. Él es bueno, cree en ti, también te ama, es buen proveedor, un buen padre, esposo y ama a mis hijos. DE NUEVO ÉL CON SU DULCE VOZ HABLÓ A MI ALMA Y PREGUNTÓ: ¿ME AMAS? Le contesté, SÍ SEÑOR, TE AMO, TU SABES QUE TE AMO. Él de nuevo se dirigió a mi alma y dijo: SI LE AMAS DÉJALE, ¿acaso no comprendes que eres responsable de tu salvación ya de él? Fueron momentos, segundos diría para ser más precisa, de desconcierto, estaba en una encrucijada, y no tenía la respuesta en ese momento. Seguidamente se dirigió de nuevo a mi alma y me dijo claramente y amorosamente, YO SIEMPRE HE ESCUCHADO CON MUCHO AMOR TUS ORACIONES, SI CONFIAS EN MI ABANDÓNATE EN MI, YO PONDRE EN TU CORAZÓN LO QUE TENDRÁS QUE HACER. INQUIETUD ANTE LA VERDAD DE DIOS. LUCHA INTERIOR. En ese momento estaba como alejada y ajena a un mundo terrenal, era como estar en otra dimensión, no podría expresarlo. Regresé a casa. Eran muchas las preguntas que había en mí, y no encontraba el camino, la respuesta. Entonces pedí al Señor que me guiara y me dijera qué debía hacer. Seguidamente escuché la predicación, recuerdo, de un sacerdote, el padre Wilson Salazar Hernández. Estaba desglosando los diez mandamientos; cada palabra que él exclamaba en aquella predicación era como un taladro que agujereaba mi alma en lo más profundo. Sentí un fuego, un malestar, en lo más profundo de mi corazón. Esa inquietud continuó en medio de mi lucha interior al reconocer la Verdad, la única Verdad, que el Señor en ese momento me estaba mostrando. Yo no podía aceptar lo que Dios me estaba pidiendo, simplemente porque pensaba que Él, siendo tan Misericordioso y Amoroso, me perdonaba y que había sido Él el que me había permitido conocer al padre de mi hija, y de hacer una familia juntos. Me resistía a esa idea y a esa revelación de Dios mismo. Decidí, entonces, acudir a un sacerdote. Le expliqué lo que estaba aconteciendo en mi vida, esperando yo que me mostrara la Misericordia de Cristo a mi manera. Me dijo, muy sencilla y claramente y muy amorosamente, la Iglesia nunca te rechaza, jamás lo hará porque es Madre, de igual manera Dios mismo. Por tanto, respaldado por el Magisterio de la Iglesia, y en las enseñanzas de Nuestro Señor, yo no puedo darte la absolución, y mucho menos confesarte. Para ello, es imprescindible que te acerques a tu Parroquia, hables con el que dirige tu Parroquia, le expongas tu caso para ver si estás cualificada para una nulidad. Eso es como primera posible solución, que puede ser muy larga y tediosa por lo que implica. Segundo, que te divorcies de tu actual pareja. Hay una tercera, la más difícil, pero no imposible, la castidad. La Iglesia, porque es misericordiosa, de esta opción a las personas que como tú están en esta situación, y que están dispuestos a vivir bajo la vigilancia de la Iglesia, si dar motivo al escándalo al vivir en plena castidad y fraternidad. FIRME DETERMINACIÓN POR LA SALVACIÓN DE MI ALMA. CASTIDAD. Pasaron los días, y de nuevo en una Santa Eucaristía, hablando con el Señor, escuché su dulce Voz en mi corazón confirmándome de nuevo que confiara en Él, que me abandonara en Él. Terminó la Santa Eucaristía, y estaba muy decidida a hablar con mi esposo, lo que me animó en todo momento a tomar una determinación. Hablé con mi esposo y le expuse mis inquietudes. Para mi sorpresa, y para Gloria de Dios, él comprendió, y aunque no fue fácil, ni para él ni para mí, decidimos optar por la castidad. Decidimos aceptar la propuesta de Dios, que nos invita al amor, pero no un amor prostituido por las cosas del mundo, sino por el amor puro, verdadero, como el Amor de Dios. Decidimos ambos embarcarnos con Jesús, sabiendo que a pesar de las muchas tempestades de nuestra vida, Él siempre estará con nosotros. Hace más de un año, casi dos, desde que ambos tomamos esa determinación. Lo hicimos porque Dios, en su Amor y en su Misericordia, nos enseñó que Él nos ama, que Él nos comprende, pero que no podemos ser como ladrones que se saltan la cerca y robar como los salteadores. Que tenemos que acogernos a Él, y echar las redes como Pedro, ahí donde Él nos lo dice. LA PALABRA DE DIOS NO ES NEGOCIABLE. A mis hermanos en la misma situación les exhorto, en el nombre de Jesús, a tirar las redes con Jesús, a confiarse sólo en Él. Es maravilloso amar a Dios en la pureza, tratando, a pesar de nuestras imperfecciones; de amar a un Dios que nos ama tanto que murió por nosotros, y que sólo quiere la salvación de nuestras almas; que un día nos espera en el Cielo. Quisiera recalcar que nos ha sido de mucho apoyo fijarnos en el ejemplo de la Sagrada Familia. Hermanos divorciados vueltos a casar, la Palabra de Dios y sus enseñanzas no son negociables. No podemos obtener Misericordia si antes no la pedimos por medio del arrepentimiento, y con propósito de enmienda del pecado, que nos separa del amor de Dios, y que pone a nuestra alma en grave peligro de muerte eterna. Humildemente creo que aunque el fallo del próximo Sínodo de la familia sea a favor de otorgar los sacramentos a las personas en esta situación, y si es ratificada por el Papa Francisco, al final es cuestión de fidelidad a Dios y a sus Mandamientos, a sus enseñanzas, que no pueden ser borradas bajo ninguna circunstancia por muy dolorosa que ésta sea en la vida de los fieles. Es cuestión de conciencia, es cuestión de obediencia, es cuestión de cuánto amamos a Dios, de cuánto somos fieles al Evangelio de Nuestro Señor, y a las enseñanzas de la Tradición magisterial de nuestra Madre Iglesia. La salvación del alma es cosa individual, es una decisión personal. Y para terminar piensen, hermanos, CUÁNTO AMAMOS AL SEÑOR, CUÁNTO CREEMOS EN SU PRESENCIA EN LA SANTA EUCARISTÍA, PRESENCIA VIVA, REAL. Vale la pena apostarle a un Jesús que ha dado todo por nosotros, y que sigue dando cada día la salvación y la vida eterna a la que somos llamados. Depende de tu obediencia y fidelidad, depende de abandonar el pecado y lanzarte con plena confianza en sus brazos y en su promesa. Todos somos llamados a ser santos. Por la impureza de la carne y por la desobediencia entran todos los pecados, llevando a las almas al precipicio. El amo de este mundo lo sabe, y no desea tu salvación. Únicamente renunciando y haciéndonos libres de las cosas de este mundo seremos capaces de amar y de vivir una vida plena en Dios. Que Dios les bendiga. Martha Gouveia Franciscanos de María. Ontario. Canadá.
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